Eso de la pandilla puede sonar a concepto arcaico para cualquier joven que lea esto. Según he observado, ahora no se llevo eso de andar en grupo por ahí toda la tarde, disfrutando de la compañía de los amigos haciendo planes divertidos y inventando una y mil gamberradas (inocentes, a ver si se entiende); los jóvenes de ahora se comunican por medio de sus móviles, a kilómetros de distancia, y sólo se ven las caras si es estrictamente necesario (y no me extrañaría que dentro de poco eviten eso y se hablen por Skype, jeje).
Pero en mis años mozos, que tampoco hace tanto, sí que nos molaba mucho a mis amigos y a mí andar en panda, y tengo que confesar que no entiendo cómo la juventud ha ido perdiendo eso. No es sólo la diversión de compartir con tus amigos los instantes más felices de tu vida, sino también los fracasos y las penas, y el saber que siempre habrá alguien que te escuche; porque lo mejor de eso es que no tienes que conformarte con un mejor amigo, sino que sabes que cualquiera de ellos puede hacerte el aguante y comprenderte en cualquier circunstancia y con cualquier problema.
Cuando pasan los años, te das cuenta del grado de complicidad que da una pandilla. Luego, la vida lleva a cada uno por un lado, con las responsabilidades esas que llamamos «de adultos», pero nunca se acaba de perder del todo la unión; yo no lo he hecho, y además puedo decir que aún somos un pequeño grupo de aquellos chavales los que nos reunimos los fines de semana y seguimos conservando nuestra amistad. De hecho, este es el objetivo de este blog.
Ya sé que viéndolo así parece que esto se va a convertir en las memorias de un viejo caduco rememorando sus años mozos con nostalgia, pero si tenéis la curiosidad de seguir estas páginas, descubriréis que éramos unos tíos cachondos, divertidos, y que nos metimos en un montón de líos increíbles que hicieron que lo pasáramos juntos de puta madre. Y por supuesto, lo mejor: nuestra aventuras románticas, o más bien, cómo las chicas nos toreaban y nosotros lo soportábamos estoicamente, hasta que llegó el momento que nos lanzábamos a por una en particular; y ahí estaba todo el grupo, cada uno dando su opinión (no me extraña que la cagáramos tanto en el amor por aquellos días, ninguno tenía ni idea de lo que había que hacer).
A veces recuerdo aquellos días deseando volver a ellos, pero no tanto como para no apreciar la vida que tengo ahora, aunque reconozco que mucho de lo que soy en la actualidad se lo debo a aquellos tiempos, donde la pandilla era todo mi mundo, y mucho más.